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lunes, 18 de abril de 2011

Orwell, los polos y Hegel

  La tercera cita, fue en la boda de Adriana, en Antigua Guatemala, la pasé a traer a su casa. Llevaba puesto un vestido de puntos negros sobre el fondo blanco, que dejaba ver sus hombros haciéndole más largo el cuello. No necesita maquillaje, pero lleva un mínimo en la cara, el vestido es suficientemente corto como para apreciar sus piernas lleva el pelo agarrado en una cola, y unos zapatos altos, elegantes, -sexys.-

Me aflojo la corbata, siento que el corazón no bombea suficiente sangre al cerebro, necesito mi agudeza mental está vez, conjurar todo lo que tengo para ganar este combate de karate mental.

Extrañamente, me aflojo la corbata mientras con la otra mano apresuro otro trago de whiskey, como decía Hegel, cada acción es una contradicción de sí misma, me urge mantener las neuronas completas para lo que vendrá, pero ello me lo evitará el alcohol que siento como me llena de piedras el cerebro, hasta sentir que la cabeza se me caerá de la nuca.

Evoco las ocasiones en los bares de las afueras de la Universidad donde podía ingerir licor más de lo que estoy bebiendo está noche.

Mientras ella me mira de soslayo y sonríe, jugando con sus largos y perfectos dedos, metiéndolos en el vaso, entreteniéndose o sacándose la tensión con el hielo del trago con sombrillita de papel, yo aún no sé si es una Beatriz Viterbo más, aún no me ha hecho comentarios del libro de Orwell que le presté.

Me pongo nervioso con ella, lo cual no deja de ser incomprensible, ya a mis 27 años de vida, con algunas conquistas, escapes fines de semana a algún rinconcito desde donde se pueda ver algún volcán, critico de moteles urbanos, todo un machito acostumbrado a ser el mejor proyecto de hombre, la promesa que 20 años después aún no es.
Las personas bailan una canción tras otra, mientras observo como cruza las piernas, delgadas firmes, como mi estatura permite ser un mirador perfecto a sus senos pequeños pero bien plantados, trató de decir algo inteligente, pero un pedazo de hielo se interpone entre mi mente y me lengua, mientras alejo la cabeza de la mesa para toser tranquilo. Pero yo sé que ella se da cuenta de mi torpeza, haciéndose de la vista gorda, evadiendo el comentario para no hacerme sentir mal.

Entonces me mira, con sus ojos y me sonríe, una sonrisa coqueta que invita y evade al mismo tiempo. –Vamos a bailar.- me dice mientras me agarra la mano, yo reacciono poniendo mi mano arriba de la mía suya acariciándola, despacio, mis manos se sienten, se sentirán tan bien en esa superficie tan suave ella me mira seria, sonrojada, sintió la reacción y eso me gusta.

Bailamos, la música tropical suena a todo lo que da, la banda de la fiesta toca hábilmente la música que nos va subiendo lentamente el libido a los presentes, ella se mueve con un conocimiento de su propio cuerpo que me excita y me asusta al mismo tiempo, el pelo se le despeina, y yo se lo quito de la cara, ella se me acerca pone mis manos en su cintura y me pregunta al oído poniendo un puchero de niña sin capricho concedido: -¿Por qué no me has besado aún?- Yo la miro con una sonrisa irónica, ella se separa mientras baila sola, y me ignora. Los tipos que bailan alrededor la miran con cara de deseo, sin importarles lo que piensan las mujeres con las que bailan, la atraigo hacia mí y le digo al oído: -Con chavas como vos, hay que ser el niño bueno, jugar a eso, la miro y le guiño un ojo.- Ella sonríe y me dice: -
¿Y qué te dice a vos que sos bueno?- Y se ríe en mi cara, me lo tengo merecido.

Entonces le pido que salgamos al amplio patio del hotel a ver la luna, la noche está fría, me paro detrás de ella y me quito su saco paro ponerlo sobre sus hombros, me voltea a ver y sonríe, -Un niño bueno sin lugar a dudas.- me toma la mano y me voltea a ver, arruga la nariz cuando me dice: -No sé si eso del niño bueno me termine de gustar.- No te preocupes,- le digo, -sabes que los polos se invierten a veces, me pasare al polo negativo cuando sea necesario.-ella me mira con una sonrisa. Mientras seguimos afuera observando la noche.

De regreso de Antigua Guatemala voy calculando mentalmente el camino, la carretera, hasta el motel “La Montaña Rosa”. Ella me mira con una expresión extraña y me dice: -El Gran Hermano… Al final siempre nos sentimos desamparados sin alguien que nos diga que hacer, me gusto el final del libro.- me dice. La volteo a ver y sonrió. No, no es una Beatriz Viterbo.

-¿Te gustaría saber como un niño bueno como yo puede perder la virtud en cuestión de horas?- Me observa muy seria, me acaricia la mejilla y me dice casi en un susurro: -Me encantaría.-
No enciendo la luz, la arrincono contra la pared, le pongo las muñecas detrás de la espalda mientras la sujeto con la mano derecha, la beso y ella me responde apasionadamente, con la mano libre exploro debajo de su vestido, me acuerdo de Hegel. Puede que mañana en el desayuno vuelva a ser el niño bueno, si es que desayunamos.

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