Los recuerdos lo rondaban esa noche. La luz era tenue, el cielo estaba nublado sin estrellas el ambiente llamaba a la melancolía, a la depresión. El sentimiento dentro de Pedro Lainez era más complejo, una especie de ansiedad, que no podía contener. Culpa un poco de culpa, si, sentía esa sensación cada vez que se acercaba esa fecha. En que tenía que hacer ese ritual hipócrita que odiaba Nunca se sintió amado por la gente esa pero cada año se repetía la maldita romería de la familia visitando la tumba; y el con ganas de sacarlo todo, de gritarles las verdades en la cara. Reprimirse, durante toda su vida tuvo que callar su sentimiento para no perder su dignidad, y al no gritar nunca se dio cuenta que la perdía.
Esa noche se aferro a su esposa la abrazo muchísimo. Ni siquiera fue al cuarto de su hijo a darle las buenas noches (No tenia fuerzas) desde temprano había tomado un güisqui y había ido a ver las estrellas, su mujer lo contemplaba desde dentro de la casa sabiendo que su esposo tenía demonios dentro que nunca exorcizo.
El lo golpeaba, lo maltrataba, abusaba de el. Pedro resistía en silencio, aguantaba hasta que su papá salía de la habitación, y entonces si lloraba en ahogos callados. El hombre saciaba deseos anormales en el, en su cuerpo aún infantil. Era rasgarle el cuerpo, el alma, con la virilidad de hombre.
Cada año desde la muerte del padre era reunirse con la familia en el cementerio ver la lapida del papá, actuar como si le doliera, y si le dolía, no la muerte de su progenitor sino el hecho de no haber sido el quien lo matara, sino el cáncer. Una noche mientras Pedro estaba en el cuarto del anciano moribundo se le aproximo al oído y le dijo: –Que bueno que estés sufriendo papá, ojala sufrieras mil veces esto, no tendría jamás comparación con lo que me hiciste hijo de puta.- Dos días después moriría, luego el derrame cerbral de la madre, y los llantos de sus hermanas en el velorio y en el cementerio.
Saco fuerzas de flaqueza, tenía ganas. Se levanto de madrugada, mientras sostenía la manija de la puerta del dormitorio, era en estos momentos cuando odiaba más a su padre; el lo había convertido a su imagen y semejanza en un mounstro, del otro lado de la puerta un niño de diez años abrazaba fuerte su oso de peluche mientras rezaba para que no fuera su padre Pedro Lainez el que estuviera afuera de su cuarto.
Esa noche se aferro a su esposa la abrazo muchísimo. Ni siquiera fue al cuarto de su hijo a darle las buenas noches (No tenia fuerzas) desde temprano había tomado un güisqui y había ido a ver las estrellas, su mujer lo contemplaba desde dentro de la casa sabiendo que su esposo tenía demonios dentro que nunca exorcizo.
El lo golpeaba, lo maltrataba, abusaba de el. Pedro resistía en silencio, aguantaba hasta que su papá salía de la habitación, y entonces si lloraba en ahogos callados. El hombre saciaba deseos anormales en el, en su cuerpo aún infantil. Era rasgarle el cuerpo, el alma, con la virilidad de hombre.
Cada año desde la muerte del padre era reunirse con la familia en el cementerio ver la lapida del papá, actuar como si le doliera, y si le dolía, no la muerte de su progenitor sino el hecho de no haber sido el quien lo matara, sino el cáncer. Una noche mientras Pedro estaba en el cuarto del anciano moribundo se le aproximo al oído y le dijo: –Que bueno que estés sufriendo papá, ojala sufrieras mil veces esto, no tendría jamás comparación con lo que me hiciste hijo de puta.- Dos días después moriría, luego el derrame cerbral de la madre, y los llantos de sus hermanas en el velorio y en el cementerio.
Saco fuerzas de flaqueza, tenía ganas. Se levanto de madrugada, mientras sostenía la manija de la puerta del dormitorio, era en estos momentos cuando odiaba más a su padre; el lo había convertido a su imagen y semejanza en un mounstro, del otro lado de la puerta un niño de diez años abrazaba fuerte su oso de peluche mientras rezaba para que no fuera su padre Pedro Lainez el que estuviera afuera de su cuarto.
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